Vámonos a ver en tu hermosura.
Porque el mundo, nuestro mundo, sólo se salvará por la belleza. Y cuando un corazón ama y es amado, percibe la belleza de la persona amada, sobre todo la belleza invisible de su corazón.
Al entrar despacio en la presencia de María, reconocemos en ella un principio de gozo y plenitud, de belleza y esperanza. ¡Toda hermosa!, así invoca la Iglesia a la mujer que, desde su Concepción inmaculada, refleja más perfectamente la belleza divina.
Vámonos a ver en tu Evangelio.
Andamos empeñados, ante el nuevo milenio, en las tareas de una nueva evangelización, no solo para los de lejos sino también para los de cerca. Todos estamos necesitados de una buena noticia, que ponga en fuga nuestros desalientos, y nos lleve de nuevo al camino. Asomarse a María es descubrir el Evangelio, vivido y encarnado en toda su frescura. Rezar el Avemaría es descubrir un Evangelio, que se hace corazón, saludo y bendición, ruego y alabanza.
Vámonos a ver en tu vida.
A pesar de que a menudo nos creemos mayores de edad y independientes, no podemos vivir sin modelos de referencia. Necesitamos encontrarnos con historias de personas, que sean un canto de amor, en las que suceda algo nuevo. María nos ofrece una existencia emocionada por Dios. Todo lo suyo: su cariño y su pobreza, su familia y su trabajo, su pueblo y su corazón... todo está habitado por Dios y es lugar de encuentro para que todos los hombres se sientan como en casa.
¡Vamos a pasar muchos ratos con ella!,
porque los que de verdad se quieren gozan cuando se multiplican los momentos de relación y pueden en cada encuentro estrenar el gozo del saludo, la palabra cariñosa, la mano abierta, el beso. ¡Que María restaure en nosotros la semejanza divina!
Fuente: cipecar.org
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