Es importante recordar algo que frecuentemente se pasa por alto: Jesús, a quien se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, envía a sus Apóstoles a cumplir la misión de hacer discípulos, bautizar, y enseñar a guardar lo que Él ha mandado. Los Apóstoles son los fundamentos de la santa Iglesia, sin ellos nadie puede hacer discípulos ni enseñar la Doctrina de Cristo. Es a través de ellos y sus sucesores, tomándolos como base y compañía, como es posible la educación y toda misión católica.
Para poder realizar una educación, una enseñanza o una catequesis católica es menester el poder y la compañía de Dios, y la intercesión de los Apóstoles y sus sucesores; pues de no ser así, si no hay continuidad o envío formal, no se puede dar una educación viva en el Espíritu, la cual transforme sustancial y esencialmente al ser humano. Pues no se trata deuna mera trasmisión de conocimientos, sino de la trasmisión de un poder que transforma y transfigura al hombre en todo su ser; de tal manera que lo hace miembro del Cuerpo de Cristo, y lo hace discípulo y monje
Por ello Jesucristo pidió al Padre en su oración sacerdotal: “Pero no ruego sólo por estos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sea uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 20-21).
El poder y el fuego divinos se trasmiten por esta vía y este orden: del Padre al Hijo, de ambos al Espíritu; del Espíritu a los Apóstoles, de éstos a sus sucesores; luego a los sacerdotes, y de éstos a los fieles consagrados y laicos; y de la Iglesia a toda criatura. Y el Hijo ha querido que María Santísima y san José, en unión con la Iglesia, también sean medio de intercesión para con las almas. Pues “no se puede hablar de Iglesia sin María” (MC 28). Pero no se puede hablar de Iglesia, de María y de Doctrina real, sin los Apóstoles y sus sucesores.
El propósito del discipulado es hacerse uno con el Maestro; lo cual no es posible si no se toma en cuenta y se integra la Jerarquía de la Iglesia; pues es a través de dicha Jerarquía que se recibe la gracia de Dios. Ninguna misión espiritual se puede realizar fuera de la iglesia, la cual es Una, Santa, Católica (universal) y Apostólica. La verdadera Doctrina sólo se da en el seno de la Iglesia. Toda acción, de cualquier índole, si se precia de ser espiritual, debe estar sujeta a los Apóstoles y a sus sucesores, los cuales poseen y conceden el Nombre de Dios.
Así lo quiso Cristo para bien de toda criatura. Y les concedió a los Apóstoles y a sus sucesores no solo el poseer y conceder el Nombre de Dios, sino la potestad para atar y desatar (pues en ellos y a través de ellos obra efectiva y eficientemente el Espíritu); o sea, para vincular con Dios y para deshacer las obras del demonio. La Educación como don, como la concesión de la filiación divina, del discipulado y del monacato, es una gracia que se recibe por trasmisión para ser cultivada. Quienes otorgan tales dones en nombre de Cristo son los Apóstoles y sus sucesores. No hay otra vía verdadera.
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